miércoles, 9 de octubre de 2013

Ninguna parte, de José Luis Morante



José Luis Morante es una voz poética constante desde la publicación de su primer libro, Rotonda de estatuas, en 1990. Ha ido trabajando una obra coherente, intimista pero atenta a las realidades sociales y el paisaje exterior. Escribe también, desde hace un tiempo, un recomendable blog lleno de literatura: Puentes de papel. Reunió lo mejor de su obra en la antología Mapa de Ruta (2010), cuya lectura es clave para quien quiera acercarse a este poeta.

Ninguna parte (Sevilla, Ediciones de La Isla de Siltolá, 2013) es su último poemario. En él el poeta expresa ese momento al que llega toda persona en el que debe enfrentarse con la realidad de que la edad le ha llevado a un estado en el que ya no puede presurmirse joven: la propia enfermedad, la de los seres queridos, la reducción de las certezas, todo inspira una cierta melancolía que lleva a la meditación de la que saldrá la forma en la que aceptar esta realidad para seguir adelante el tiempo que reste. Un presente que no se instala en el pasado y espera con ilusión moderada y madura el día siguiente. En Ninguna parte hay una profunda meditación sobre todo esto: no piense el lector de estas líneas que se instala Morante en la desesperación ni en la evocación de la juventud perdida. Ni mucho menos -sería, por otra parte, contradictorio con el resto de su obra-. La aceptación sirve para comrpenderse mejor y saber qué cosas han dejado de ser importantes. Un proceso que todos deberíamos hacer en algún momento en nuestra vida con la lucidez con la que lo lleva a cabo el poeta. José Luis Morante ha escrito un excelente poemario, uno de los mejores de la poesía contemporánea con esta temática.

El libro se divide en cuatro secciones. En la primera (Patologías), Morante nos lleva ante la situación de partida, esa ninguna parte del título. La voz poética ha llegado a esa edad en la que todo parece adentrarse en el declive: la enfermedad de los seres queridos, la presbicia diagnósticada por el oculista, la presencia de la muerte incluso en el período de vacaciones en el que todo parece dispuesto para un espejismo de felicidad (también la muerte cumple / jornada laboral / en vacaciones). La frase no huye de la realidad -es virtud poética de José Luis Morante-, pero no hay tremendismo en la contemplación de todo lo que sucede, sino una mezcla de perplejidad, meditación y aceptación digna no exenta de cierto humor (como en Otitis, cuando esta enfermedad le puede ayudar a distinguir muy machadianamente las voces y los ecos). Los poemas dedicados a los padres, que se van adentrando en el olvido provocado por la enfermedad son de los más estremecedores del poemario. En Picaporte -título que es todo un hermoso símbolo-, el hijo observa al padre que ya no está en su presente salvo en pequeños destellos que son expresión de la tequedad que le caracteriza:

A veces su mirada resucita
Posiciona en un mapa
imágenes dispersas.
Su voluntad es tacto
que gira el picaporte
para abrir desde dentro
la puerta infranqueable.

Esta primera parte culmina en Patética, en donde se instala en esa línea de meditación sobre el propio deterioro físico producido por la edad que tan brillamente consagrara Gil de Biedma para la poesía contemporánea, para asumir esa misma inseguridad en un plano más profundo, en el que ya quedan tan solo unas pocas certezas.

La segunda sección del poemario, Deshielo, introduce en ese espacio abordado en la primera un tono de esperanza. Ya desde el primer poema, Retrato, una hermosa silva impar rota por la clave temática del segundo verso, de cuatro sílabas: tu belleza. Si en la primera sección encontramos un poema (Trenes) en el que las estaciones de ferrocarril son espacio simbólico de la desolación (Nadie vuelve a ciudades que no existen), en Retrato el andén que simboliza la vida puede acoger otros sentimiento (desando el día / para buscarte al fondo de la noche). El poeta escribe ya para otra persona, que está y no está, abre el paisaje (Nueva York) y hasta el mundo urbano más desagradable puede guardar el aprendizaje del deseo, como sucede en Pub Joyce (el título es toda una declaración de intenciones), que comienza con un endecasílabo magnífico que merece pasar a la antología del uso de este verso en la poesía contemporánea porque reúne en sus once sílabas muchas cosas acertadas (Sucio Madrid de calles en derribo), para terminar con un juego de espejos y de re-conocimiento:

camino junto a ti, descubro al otro
que mira con mis ojos
y a quien turba un deseo:
el terco aprendizaje de tu piel.

La tercera sección (Piedra caliza) reúne una serie de epitafios, que se explica en el décimo de ellos:

un triste empeño en seguir hablando
cuando ya consumí 
mi turno de palabra

Estos epigramas profundizan en esa ninguna parte del título, pero con una cierta rebeldía porque aún se tienen cosas que decir cuando parece que la vida ya no podría depararnos nada.

La cuarta sección (Y todo lo demás) esconde bajo la forma de un aparente cajón de sastre, una profundización en todo lo anterior para construir una poética (la desnudez buscada en E-Mail), el sutil juego de El mal poema y El mal poeta, el canto a la Misantropía (significativamente dedicado a Luis Felipe Comendador), la comparación de la labor del poeta con los oficios artesanos (Oficios artesanos) y un excelente Balance -poema que debería haber teminado el poemario pero al que Morante, quizá por la rotundidad de estos versos deja como penúltimo-, toda una autobiografía en la que repasa su formación, sus afanes y gustos, su evolución ideológica, para llegar a esa ninguna parte en la que se encuentra, ninguna parte que es, en realidad, un presente fértil desde un cierto grado de distanciamiento que no esconde escepticismo sino una forma madura de seguir caminando basada en la aceptación de la propia circunstancia:

Hoy salgo a respirar. No pido mucho:
convivir entre libros y objetos familiares,
amoldar el sosiego del jardín
-igual que hiciera Cándido-,
un drenaje que filtre
las aguas estancadas
y espiar los ocasos
con la escueta esperanza
de un porvenir que llegue
cualquier día.

José Luis Morante, con este poemario, se instala -si no lo estaba ya- entre las voces más auténticas de la poesía española.

6 comentarios:

lichazul dijo...

interesante trabajo poético de este autor nos compartes Pedro

besos

Paco Cuesta dijo...

El firmamento poético muestra como en el presente sus destellos pero... ¡están tan lejos!
Gracias, un abrazo

Gelu dijo...

Buenos días, profesor Ojeda:

Bellos los poemas elegidos.
Cuando el autor es presentado por entendidos en Poesía, hay que buscar el libro del tablero de colores y disfrutar de las emociones contenidas en sus versos.

Un abrazo

omar enletrasarte dijo...

una nota genial,
me encantó
un abrazo

Tomás Martinez Fernandez dijo...

Nunca entendí la poesía como algo misterioso e inefable, sólo al alcance de iluminados que esperan la azarosa llegada de la inspiración. Creo en ese trabajo intelectual que transforma lecturas y vivencias en expresión lingüística.(palabras de Morante)
gracias profe.

Ele Bergón dijo...

Sé del trabajo de José Luis para encontrar la palabra exacta y formar el poema que permanece en la memoria en el paso del tiempo.

Siempre me gustó como poeta y hubo un tiempo que frecuentábamos la amistad. Hace tiempo que no sé de él, me pasaré por su blog para felicitarle por su nuevo libro.

Gracias por traerlo por aquí ,

Un abrazo
Luz