miércoles, 15 de noviembre de 2006

De prólogos y marcos

En El rey burgués. Cuento alegre, Rubén Darío pone un marco al cuento que suele no tenerse en cuenta al comentarlo. El autor lo adelgaza tanto que parece restarle importancia y los lectores poco avisados caen en el engaño. Esta lectura parcial conduce a una interpretación que convierte el texto en un cuento de navidad similar al de la cerillera. Qué poco y qué mal se leen los marcos narrativos o los prólogos. En mis clases todavía he de insistir en que Don Quijote, por ejemplo, no comienza en el primer capítulo sino en el Prólogo de Cervantes: «Desocupado lector: sin juramento (...)». Todos hemos cometido ese pecado: saltamos los prólogos que los autores ponen a su propia obra y lo que pensamos preliminares sin darnos cuenta de que amputamos los textos. Leamos bien a Darío y más ahora que parece no estar de moda: «¡Amigo! El cielo está opaco, el aire frío, el día triste. Un cuento alegre... así como para distraer las brumosas y grises melancolías, helo aquí: [...] ¡Oh, mi amigo! El cielo está opaco, el aire frío, el día triste. Flotan brumosas y grises melancolías... Pero ¡cuánto calienta el alma una frase, un apretón de manos a tiempo! ¡Hasta la vista!». Darío busca un receptor ideal, ése que no se salta nunca esas frases y les presta suficiente atención.

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